Llegamos a las aulas para trabajar las desigualdades de género. Empezamos a hablar de qué es lo mejor y lo peor de ser chico y de ser chica. Seguimos profundizando en qué es un hombre y una mujer, en si encajamos, en qué insultos reciben las personas que no encajan en los modelos de feminidad y de masculinidad y, desde los primeros minutos vamos viendo cómo los chicos buscan miradas y sonrisas cómplices entre sus iguales.

La complicidad masculina o el pacto entre iguales aparece en muchos ámbitos cotidianos. Es una forma más de probar la capacidad que tienen los niños de dominio y que han aprendido desde bien pequeños: imponerse sobre el entorno, sobre todo durante la adolescencia.

Y así se da en muchas de nuestras intervenciones en las que se producen las siguientes situaciones:

  • Los niños son los protagonistas del espacio, lo ocupan, pretenden llenarlo, apropiarse de éste, porque es el escenario donde debe tener lugar su protagonismo, afirmarlo. El espacio es una dimensión a ocupar, a conquistar y forma parte de su afirmación individual entre sus compañeros.
  • Las chicas, en cambio, tienen la sensación que el espacio no les pertenece, no es su escenario. No necesitan afirmar su posesión del espacio porque nadie les ha pedido que lo hagan.

El grupo de iguales es fundamental para demostrar su masculinidad.

Es una forma que tienen los niños de probar su capacidad de dominio y han aprendido desde bien pequeños: imponerse sobre el entorno.

Ritxar Bacete lo llama “homosociabilidad masculina” y se da cuando los hombres se sienten más cómodos entre sí y necesitan obtener el reconocimiento colectivo del poder.

Buscar la aprobación y las sonrisas cómplices del grupo es fundamental para demostrar la masculinidad, su poder delante el resto. La masculinidad debe ser aprobada y exhibida. De esta forma, compañeras y compañeros de clase se encuentran en una posición de subordinación respeto a los dominadores del espacio, que intentarán defender su poder delante de cualquier cuestionamiento.

Se trata de una lucha de poder dentro del grupo:

  • quién es más bueno jugando a futbol,
  • quién domina el espacio del patio,
  • quién es el líder del aula,
  • quién es el que habla y todo el mundo le escucha,
  • quién es capaz de cuestionar más al profesorado o a quién viene a hacer un taller o formación, etc.

Es una constante búsqueda de protagonismo, de centralidad, pero continuamente sometida al desafío del resto de chicos, como explica la socióloga Marina Subirats. Quien domina la escena busca la complicidad masculina, el confort del grupo que le permita y le tolere sus actitudes.

Buscar la aprobación y la sonrisa cómplice del grupo de iguales es fundamental para demostrar la masculinidad, su poder delante del resto. La masculinidad debe ser aprobada y exhibida.

EL APRENDIZAJE DE LA MASCULINIDAD

Aprender a amoldarse en el modelo de masculinidad no es fácil aunque las pautas están muy claras, muy delimitadas y muy consolidadas. Este aprendizaje se aprende a través de la familia, la escuela, las amistades, los medios de comunicación, la publicidad…

Pararos a pensar en vuestro entorno y seguramente encontraréis muchos mensajes o conductas violentas protagonizadas por hombres. El grado de identificación con el modelo masculino hegemónico es tan elevado y aparece de forma tan inconsciente que la percepción de qué es violencia machista y que no queda totalmente desvirtuado:

  • Lo es una actitud que cosifica a las mujeres o las sexualiza.
  • Lo es creer que tienen derecho a opinar sobre el cuerpo de una mujer desconocida por la calle.
  • Lo es acercarse demasiado  al cuerpo de una mujer en un autobús a una mujer.
  • Lo es dar un beso a una chica que ha bebido más de la cuenta.
  • Lo es tocar el culo de una chica en una discoteca.
  • Lo es el control y los celos.

La naturalización de la desigualdad y el desequilibrio allana el camino a la violencia, y a la vez, esta misma violencia ayuda a mantener esta desigualdad. Es un círculo vicioso. La violencia está por todos lados, y a veces puede ser algo que es visto como insignificante como una pelea en el patio con la excusa de que son “cosas de niños”. Pero sabemos que la cosa no queda allí, sino que la sombra de la violencia es muy alargada, y se reproduce a lo largo de muchos momentos cotidianos:

  • El dominio y el control del patio.
  • El dominio y el control de determinados espacios educativos: los bancos, una parte del pasillo, las mesas del aula, algunos espacios alrededor del instituto, etc.
  • Una agresión verbal en el aula.

Este aprendizaje diario legitima la violencia como una forma de interacción, donde quedan excluidas:

  • las emociones
  • la empatía
  • la muestra de vulnerabilidad

Todo aquello que pone en duda la masculinidad, supone una amenaza terrible. Por este motivo los chicos no pueden permitirse:

  • mostrar emociones
  • ser tolerantes
  • ser agradables
  • mostrar afecto hacia un amigo
  • ser cariñoso
  • llorar

¿Qué les ocurre a los chicos que muestran este tipo de emoción? Reciben el rechazo y el castigo de su entorno través de insultos como nenaza, marica, gay, gallina… y la exclusión del grupo.

Todos estos elementos son esenciales para una nueva masculinidad, quedan relegados e ignorados, porque no forman parte de la identidad de masculinidad hegemónica y de cómo debería ser un hombre de verdad.