¿Te has cuestionado alguna vez qué privilegios tienes por ser una persona blanca, por ser hombre, por ser heterosexual o por ser cisgénero? ¿Crees que vives más de una discriminación a la vez? ¿Te consideras una persona privilegiada en algunos aspectos de tu vida pero sufres discriminaciones en otros ámbitos de forma simultánea? Os queremos hablar de la interseccionalidad, un concepto tan potente que, avisamos, te cambia la mirada.

El asesinato de George Floyd, del que ha sido testigo todo el mundo, ha evidenciado como se sigue ejerciendo violencia contra personas racializadas a las que se les considera inferiores y contra las cuales se ejercen diferentes formas de opresión por su color de piel, etnia o cultura. 

La violencia siempre tiene una finalidad: utilizar la fuerza y la intimidación para imponer los propios intereses sin tener en cuenta a la otra persona. La violencia racista, igual que la violencia de género, sirve para controlar, dominar o someter a otras personas porque el objetivo principal es impedir que determinadas personas o grupos disfruten de sus derechos. Así, desde una posición de privilegio y de poder se les impone o limita la elección de formas de vida, libertad de movimientos a través de amenazas o de la fuerza. Y decimos que es una violencia estructural porque se sustentan en unas ideas. Las ideas pueden volver violentas a las personas.

Toda discriminación social (por razón de género, raza, ideológica…) tiene una misma estructura: se basa en una forma de ver el mundo que asigna unos privilegios a unas determinadas personas o grupos sobre otras personas o grupos. Todas las personas estamos situadas en todos los ejes de desigualdad. Es decir, todas tenemos un género, una edad, un origen, un color de piel, etc. Y esto significa que todas las personas podemos vivir diferentes posiciones simultáneamente. Por ejemplo, puedo sufrir discriminación como hombre negro pero a la vez puedo ejercer opresión como hombre hacia una mujer. O puedo ser una mujer y sufrir discriminación por razón de género pero, a la vez, puedo ejercer opresión como mujer blanca. Estos privilegios vienen dados. Esta forma de visualizar cómo nos posicionamos las personas en función de diferentes ejes la hemos conocido gracias a un concepto nos puede cambiar radicalmente la mirada: LA INTERSECCIONALIDAD.  

Aunque el concepto surgió en los movimientos antirracistas de los años 70, 80 y 90, fue acuñado en 1989 por la activista y académica Kimberlé Williams Crenshaw para explicar que en la sociedad conviven diferentes formas de discriminación y/u opresión (sexismo, racismo, homofobia, xenofobia, clasismo, etc.) que no actúan de manera independiente, sino que estas formas de exclusión están interrelacionadas. El feminismo negro mostró como las mujeres sufren más tipos de discriminación, opresión o dominación por cuestiones de:

  • etnia,
  • raza,
  • clase social,
  • diversidad funcional o intelectual,
  • orientación sexual,
  • religión,
  • edad,
  • nacionalidad,
  • apariencia,
  • lengua, etc.

Por ejemplo, no es lo mismo la discriminación que puede sufrir una mujer blanca de clase media, que la discriminación que puede sufrir una mujer africana en un país occidental o una niña con trastorno del espectro autista o una mujer gitana y lesbiana en un entorno rural o urbano. La interseccionalidad es una herramienta clave que nos permite tener en cuenta cómo diferentes características pueden condicionar la vida de una persona.

El concepto nació en un momento en el que el feminismo negro en los Estados Unidos empezaba a plantear muchos retos al feminismo blanco, activista y académico porque solamente situaba las experiencias de las mujeres blancas, de clase media y universitarias como el sujeto hegemónico, como la experiencia universal. Los movimientos sociales como El Combahee River Collective –un colectivo de mujeres negras- fueron las primeras que hablaron de discriminaciones simultáneas, de dos cosas que me pasan a mí: ser negra y mujer. Y hacen esta crítica al feminismo por ser demasiado blanco, demasiado de clase media y demasiado heterosexual. La principal crítica que hacía el feminismo negro era que la “categoría mujer” no era una categoría homogénea ya que estaba excluyendo e invisibilizando la experiencia de muchas mujeres. El feminismo negro planteaba que había diferencias en el interior y que el sujeto “mujer” tenía que ser necesariamente “mujeres”. Porque hablar solamente de la “mujer” hace que todas las mujeres tengan la misma experiencia igual o similar hasta estar esencializando esa experiencia. Lucas Platero explica que “las diferencias entre mujeres cobrarán importancia cuando se les dan espacio”. Por lo tanto, nace de una experiencia concreta, la opresión de las mujeres negras y permitirá hacer visibles las múltiples relaciones que hay entre diferentes ejes de opresión como el género, la raza, la clase social, la edad, etc.

Pero este concepto no solamente surge en el contexto norteamericano. También había debates en América Latina o en Catalunya, donde la poeta Maria-Mercè Marçal escribía con una perspectiva interseccional a través de su poesía, en la que reflejaba la triple discriminación: “Al azar agradezco tres dones: haber nacido mujer, de clase baja y de nación oprimida. Y el turbio azul de ser por tres veces rebelde”.

El feminismo, en este sentido, debe ser lo suficientemente amplio como para poder abordar estas múltiples discriminaciones. Esta idea coincide con la línea que defiende la filósofa y activista afroamericana Angela Davis, una de las máximas exponentes de la interseccionalidad y del feminismo antirracista: “El feminismo no solamente tiene que superar la opresión de género, sino también el racismo, el fascismo y la explotación económica”. Angela Davis habla de un feminismo inclusivo y amplio. Dice que “debe ser lo más espacioso posible”. Un feminismo que ensanche los márgenes y donde quepan todas las mujeres, con diferentes contextos sociales y condiciones personales.

Hemos dicho al inicio que esta perspectiva nos CAMBIA LA MIRADA porque no solamente es una teoría que muestra las formas de exclusión, sino también las formas de agencia y privilegio. Es decir, nos permite ver cómo tenemos capacidad para decidir sobre nuestra propia vida y cómo el privilegio se da en algunas partes de nuestra vida. Es decir, no solamente está la exclusión, sino también se da el privilegio en algunos ámbitos de mi vida. Puedo darme cuenta de que mi vida está doblemente o triplemente oprimida., sino que también está articulada a través de una identidad de género, por ejemplo, no normativa o de cierta procedencia de clase social. Así, las puedo entender en relación con el resto de desigualdades que gobiernan mi vida.

En conclusión, trabajar para el cambio e incluir esta diversidad de mujeres (racial, religiosa, de clase, funcional, etc.) es importante cuando se habla de la idea de mujeres como colectivo. De hecho, esta diversidad de opresiones y la masculinización de los espacios de participación política han dificultado la organización de las mujeres como colectivo social y político. Pero a medida que va superando este obstáculo crece también la SORORIDAD entre mujeres. Es decir, la conciencia común del sometimiento dentro de una estructura social con valores masculinos y la posibilidad de una revuelta ante este control. 

Explica Nuria Varela que “la sororidad, plasmada en la acción y en la participación política, ha sido el fermento de los pactos entre mujeres. Esta hermandad es la semilla del movimiento feminista, que tiene como objetivo cambiar las estructuras basadas en relaciones desiguales de poder”.

“El feminismo es el arma más potente para luchar contra el racismo y el fascismo”. 

Angela Davis.