Salir sola es peligroso, viajar sola es peligroso, cuidado con los pinchazos en discotecas…

Son mensajes que ya conocemos.

Es el discurso amenazante y de peligro hacia las mujeres que hace años y años que se reproduce y se perpetúa, como un aviso constante que se aprende desde la primera infancia: las niñas hemos recibido mensajes de cómo ocupar el espacio y de cuáles son los límites que debemos adoptar para no ponernos en peligro.

UN APRENDIZAJE DIARIO DE NORMAS

Es un aprendizaje diario de normas que establecen qué actitudes, en qué horarios o en qué zonas debemos movernos. Se trata de mensajes que parecen ir en la línea de que nos protejamos pero realmente su interiorización y normalización limitan nuestra independencia y libertad de movimiento.

Nerea Barjola Ramos, politóloga, activista feminista, investigadora y escritora explica muy bien cómo se construye el mensaje del “terror sexual” en tanto que mecanismo de adoctrinamiento de las mujeres, porque consigue condicionar nuestro día a día,  asustarnos y generar pánico. El objetivo es, una vez más, conseguir el control sobre nuestros cuerpos y sobre nuestras vidas a través de limitar nuestros movimientos cotidianos, construyendo el mensaje de que somos vulnerables a sufrir violencia sexual.

UNA EXPRESIÓN MÁS DE LAS MÚLTIPLES DESIGUALDADES DE GÉNERO

La percepción de inseguridad de las mujeres es una expresión más de las múltiples desigualdades de género que pretende situar a las mujeres en una situación de vulnerabilidad.

No es un miedo infundado, ya que las agresiones y los abusos sexuales siguen ocurriendo. Este entrenamiento en la precaución es un mecanismo de control, un corsé que limita nuestra libre movilidad.

De aquí que se estén haciendo muchos esfuerzos para construir entornos, también de ocio nocturno, seguros y libres de violencia. Porque el objetivo es conseguir el derecho de las mujeres a vivir y disfrutar también de este espacio sin este temor.

Caperucita fue uno de los primeros personajes que advirtió a las niñas que salir sola era peligroso, y más si ibas con una pieza de ropa que simbolizaba el paso a la madurez, a ser mujer.

En esta historia, la protagonista se desvía de lo marcado, quiere descubrir otros caminos. Aunque es su pequeño momento de autonomía en el mundo exterior, en la historia esta exploración es presentada como un riesgo evitable: “no debería entretenerse, no debería vestir de forma llamativa, no debería hablar con extraños, no debería ser ingenua”.

El trágico final de la historia es el castigo social, el castigo a su ingenuidad y al no sometimiento de las normas sociales. Es también la respuesta social a las agresiones que sufren muchas mujeres, basadas en justificar al agresor y en responsabilizar a la mujer de su conducta: por su ropa, por salir de noche, por ir por caminos desconocidos y poco iluminados, por hablar con desconocidos, por haber compartido unas fotografías de carácter sexual, etc. En definitiva, por ser mujer.

Igual que le ocurre a Caperucita Roja, fuera de la protección que ejerce la casa sobre las mujeres, existe un peligro amenazante y todavía hoy resuenan en las mentes de las chicas las palabras de la madre de Caperucita: “¡No vayas por determinados caminos! No son seguros.”

Palabras que también podríamos repetir cuando vemos ésta fotografía de Cindy Sherman: una mujer con una maleta en una curva de una carretera esperando con ilusión que algún coche la recoja para llevarla a la ciudad. No hace falta haber visto muchas películas para intuir el final: en un intento de buscar la libertad, de cumplir sus deseos, algo pasará y no conseguirá llegar a la ciudad.

El mensaje se ha transmitido en muchas historias de personajes femeninos: viajar sola es peligroso y, si se lo hacemos, debemos tener muy claro el camino y no hacer paradas. Porque, como dijo Virginia Woolf, en el caso de las mujeres, “el mundo no solamente ha mostrado indiferencia, sino también hostilidad”.